No estaba planeado. Pero hemos hecho varios trekkings en el viaje y los hemos disfrutado. El ascenso al volcán Uturuncu nos gustó. La Cordillera Real está muy cerca de la Paz. Llevamos varios días en altura y estamos bien aclimatados. Decidimos aprovechar el contexto y probar un nuevo reto. El Huayna Potosi lo describen como un 6000 de dificultad accesible. Es duro, sobre nieve y con ascenso nocturno. Nos informamos bien y parece apto para principiantes motivados como nosotros. Es temporada baja porque en esta época el clima no acompaña. Pero hay una pequeña ventana de buen tiempo para hacer cumbre el sábado y el guía lo ve factible. Tenemos expedición.
Salimos de la Paz en un jeep hasta el Campo Base a 4700m. Vamos con Pedro y Jose, guía y asistente de expedición. Día de aclimatación y práctica con material técnico. Pasamos unas 3 horas en el glaciar aprendiendo a usar los crampones y el piolet. Nieva y volvemos al refugio con la ropa empapada. Hace un frío tremendo e intentamos secar las prendas más críticas con la única mini estufa que hay. Comemos algo caliente y pasamos el resto del día dentro del saco.
Hoy tenemos que subir al Campo Alto a 5130m. Es una caminata corta, de 2 horas, pero con fuerte pendiente. Lo más complicado es preparar las mochilas y decidir qué ropa llevar para la cumbre. Nunca llegas a estar seguro de haber elegido bien. Jose lleva nuestro material técnico y nos aligera un poco el peso. Nos despedimos de Elvira, la encargada del refugio, que nos desea suerte y nos asegura que mañana tendremos buen tiempo. De momento seguimos con niebla y nieve. A las 11h llegamos al campo alto, hemos caminado a buen ritmo. Estamos solos en el refugio. A las 12h almuerzo, a las 17h cena, a las 18h a dormir. A medianoche sonará el despertador para iniciar un largo ascenso a la cumbre, 6088m.
Nos levantamos a medianoche como estaba previsto. Todo pinta bien. El cielo está despejado por primera vez desde que salimos de la Paz. Hemos podido descansar. Estamos mentalizados y con energía. Desayunamos algo ligero acompañado de mate de coca y acabamos de preparar el material. Nos despedimos de Jose que nos esperará en el refugio. Poco después de la 1 de la madrugada empezamos a caminar.
Durante la primera media hora avanzamos por un tramo de rocas grandes e irregulares. Hay cuerdas para agarrarse. Un buen chute de adrenalina para empezar la noche por si alguien aún estaba medio dormido.
Paramos para ponernos el material técnico. El resto del recorrido será por encima del glaciar. Nos ponemos los crampones y nos encordamos. Pedro, el guía, va primero, yo segunda y Andreu tercero.
El glaciar está cubierto por una gruesa capa de nieve. Lleva varios días nevando. Vemos luces cerca. Son un par de grupos que han salido antes que nosotros y ya se retiran. Demasiada nieve. Ayer también nos encontramos varios grupos que se habían retirado por el mismo motivo. Pedro se muestra seguro y convencido de que podemos seguir. A lo lejos se ven un par de grupos más que parece que también han decidido avanzar. Eso es bueno, ellos abren camino y podemos seguir sus pasos.
Estamos en la oscuridad, solo vemos lo que iluminan nuestros frontales. Avanzamos lentos, estamos a mucha altura, falta el aire y queda mucho. Estamos en silencio, solos. Mi único objetivo es poner los pies en las huellas que están ya marcadas. La nieve me llega por encima de los tobillos. A veces el bastón se hunde hasta la mitad. Durante las primeras dos horas avanzamos bien, ritmo constante y solo es cuestión de paciencia.
La mayor parte del tiempo mi frontal enfoca los pies. Pero de vez en cuando levanto la cabeza para intentar ver dónde estamos. Nieve virgen en todas direcciones. Veo una cueva de hielo con grandes estalactitas. Flipo.
Pasamos un pequeño tramo complicado donde tenemos que sentarnos para evitar caer. El caminito de huellas va sorteando grietas y agujeros profundos. En una ocasión tenemos que cruzar una grieta por un estrecho puente de hielo. ¡wtf!. Esto empieza a dar miedo. Por suerte es la única que tendremos que cruzar. Hacemos alguna parada corta para beber agua y comer chocolate. Hacer pis es una odisea. Para los hombres es fácil (¡oh sorpresa!). Yo tengo que quitarme el arnés y las capas de pantalones. Una vez en toda la noche será suficiente.
Empezamos a subir por una cresta de nieve larga y empinada. La pendiente a tanta altura es demoledora. Siento que el agotamiento empieza a apoderarse de mí. Aún queda mucho. Cada paso que doy requiere de toda mi energía. Me ayudo con los dos bastones. Me doy cuenta de que me duelen las manos de la fuerza que estoy haciendo para arrastrar mi cuerpo. Paro unos segundos para respirar. Miro arriba, la subida es larga, los frontales de los grupos de delante se ven muy lejos. El silencio deja mucho espacio para pensar. Empiezan los bucles mentales. ¿Qué mierdas hacemos aquí? ¿Eso tiene algún sentido? Es muy duro. Hace horas que no noto los pies, por el frío y la presión de las botas. Me vienen a la mente imágenes de documentales de alpinistas con los dedos negros congelados. La nieve con la luz del frontal brilla mucho, es un poco psicodélico. Vale, se me está yendo un poco la olla. Mejor me centro en seguir caminando. La nieve resbala y con cada paso retrocedo algún centímetro. Pienso que Andreu viene detrás y me estará viendo caminar de forma muy torpe. A nuestra izquierda, muy lejos, se ven la luces de la ciudad del Alto, que dan un color anaranjado al cielo. Precioso. Esa es la única referencia que tenemos. Estamos realmente muy arriba. Eso me anima.
Alcanzamos el grupo que va delante. Son otra pareja con su guía. Están sentados en la nieve al final de la cuesta. Nos sentamos cerca. Lloro. Necesito desahogarme. Esto es muy intenso. Andreu tiene también cara de agotamiento y reconoce estar “bastante” cansado.
Compartimos sensaciones y recuperamos energía. La pareja se levanta para seguir. Solo nos vemos los ojos. La chica me mira con cara de comprensión y me da la mano. Siento que puedo seguir, pero no sé cuánto aguantaré. Es difícil valorar lo que queda. Son las 5.30h. En media hora amanecerá. Pedro nos propone seguir caminando hasta que salga el sol, y después ya valoramos. Así lo hacemos. Este tramo se pasa más rápido.
A las 6 de la mañana llegamos a la base de la cumbre y como si todo estuviera sincronizado, empieza a iluminarse el horizonte con un color naranja intenso. Es la salida del sol más espectacular que he visto. Los rayos de luz nos dan un chute de adrenalina. Paramos para hacer fotos y contemplar la imagen que nos rodea. Se ve toda la cordillera real nevada a nuestros pies. Estamos por encima de las nubes. Las vistas son alucinantes. También vemos por primera vez la cumbre. Ahora se ve como una montañita inofensiva. Último esfuerzo.
La base de la cumbre es una zona más o menos llana donde podemos descansar antes de la última subida. Nos encontramos de nuevo con la pareja y con otro grupo de 3 chicos. Ellos son los que han ido abriendo camino toda la noche.
El último tramo es una gran pared de nieve con una pendiente de 45 grados llamada “pala grande”. Hay que subirla lateralmente con dos largos zigzags. Se tarda una hora aproximadamente.
Empezamos. Ahora vamos los tres grupos juntos, nosotros los últimos. En la mano cercana a la pendiente llevamos un bastón. En la otra, el piolet que vamos clavando en la nieve para tener más agarre. Intento no mirar hacia abajo porque impresiona. Me centro en dar pasos firmes y controlados. La nieve está muy blanda y cuesta mantener el equilibrio. Los guías han acordado que irán alternando el liderazgo para compartir esfuerzos. Al cabo de unos 15 minutos nos toca pasar delante. El grupo de chicos se aparta a un lado para que podamos avanzarles. Se aguantan como pueden, pero se ven inestables. Uno de ellos resbala algunos centímetros justo cuando estoy a punto de pasar. Se recoloca patosamente. Miro fijamente su culo en pompa para asegurarme que está quieto. Paso rápido. No quiero que acabemos los dos rodando cuesta abajo.
Poco después, tenemos que sortear una gran roca. El guía con la otra pareja pasan delante. Veo cómo tienen que subir un tramo en vertical casi gateando. Los guías debaten cuál es la mejor manera de seguir. No me gusta. Esto se complica por momentos. Pedro pasa la roca, pero yo no lo veo claro. Me siento muy insegura. Me dice que este no es un buen sitio para pararse. Mierda. Qué agobio. Me pide que me quede quieta mientras me asegura con su piolet por encima de la roca. Entro en pánico. Me quedo paralizada, agarrada a la nieve. Que alguien me saque de aquí, por favor. Intento recuperar la respiración. Pedro me da instrucciones. Me muevo lentamente hacia atrás para llegar hasta Andreu. Nos quedamos inmóviles a un lado del camino para dejar pasar a los chicos. Pedro viene e intentamos recuperar la calma.
Estamos quietos en medio de la pala grande. Les propongo que me dejen a la base de la cumbre y que suban ellos dos. Pero por protocolo no pueden dejarme sola. Joder. La decisión es mía. Nos quedamos en silencio unos minutos. Estoy más serena. Miro varias veces hacia arriba para intentar valorar lo que queda. Le pido a Pedro que me explique cómo es el camino restante. Más de lo mismo, no mejora. La maldita cumbre está muy cerca, pero son 45 minutos más de sufrimiento. El cuerpo puede, pero la cabeza no quiere. Lágrimas de rabia e impotencia. Es demasiado. Estoy a años luz de mi zona de confort. Hasta aquí he llegado.
Son las 7 de la mañana. Estamos a 5950m. Esta es nuestra cumbre. Siento que Andreu y Pedro me apoyan. Empezamos el regreso a casa.
Mientras vamos bajando vemos cómo el grupo de diminutas personas llegan a la cumbre. Se lo merecen, hemos visto cómo lo han luchado. Nosotros deberíamos estar ahí con ellos, pero he decidido bajar. Quizá si hubiera sido de noche. Quizá si el camino hubiera estado ya abierto. Quizá si hubiera sido más valiente. Quizá. Pero siento que he respetado mis límites. Ha sido una buena decisión. Estoy satisfecha.
La primera mitad de la bajada es la mejor parte de la expedición. Tenemos unas vistas brutales. Vamos tranquilamente, sacando fotos y parando para comer y disfrutar del paisaje. ¡Por fin vuelvo a sentir mis pies! Vemos todo lo que hemos subido. Cuesta creer que lo hayamos hecho. Ahora se ven perfectamente las formaciones de hielo y los campos de grietas. No eran alucinaciones.
La segunda mitad se hace más pesada. Vuelve la niebla. La nieve está cada vez más blanda por el sol. Andreu va primero. Está harto de pelear con el palmo de nieve que arrastra pegada a los crampones.
Tenemos que volver a cruzar esa grieta. Sabía que llegaría el momento. Tiene un metro de ancho. Hay que poner el pie en el estrecho puente de hielo. No quiero hacerlo, pero lo hago. No se ve el fondo. Pedro la salta. Le pregunto cómo saben que no se va a romper el hielo. Me dice que no lo saben, que por eso vamos encordados. What!? No es la respuesta que quería escuchar. Mejor seguimos, tengo ganas de salir ya del glaciar.
A las 10h nos reencontramos con Jose en el campo alto. Nos prepara una sopa caliente que sabe a gloria. Después de descansar un poco y reorganizar mochilas, seguimos el descenso. La hora de caminata hasta el campo base se hace eterna.
En el refugio nos espera Elvira. Me alegro de volver a verla. Tiene una voz muy agradable. Nos felicita. Pienso que esa mujer debe flipar con la transformación de la gente en dos días. Llegamos todos derrotados.
Volvemos a la Paz y nos metemos en la cama a media tarde. Al día siguiente, después de dormir 15 horas, empiezo a asimilar. ¡Woww! Después de semanas en los Andes, ha sido la mejor manera de despedirnos de estas increíbles montañas.
Gracias Pedro y Jose por acompañarnos en esta experiencia!